Discurso de doble faz que rechaza el control pero también el descontrol.
Por Sandra Russo
(Nota publicada en Página 12 el martes 12 de agosto de 2008)
Hay un discurso viejo como los trapos, precisamente un discurso-trapo que sirve para tirar sobre la mesa en cualquier circunstancia que la derecha considere conveniente. Es el que se articula sobre un doble rechazo: el rechazo al control y el rechazo al descontrol. Quienes echan mano del trapo para tapar con él otros motivos reales de rechazo suelen estar del lado de la queja, puesto que el discurso bipolar en cuestión es el básicamente útil para la crítica a lo que hacen los otros o para un sistema que dicen aceptar pero repugna.
No es un discurso necesariamente político. Puede circular perfectamente en el living de cualquier hogar. Históricamente serían posibles de rastrear sucesivos orígenes o renacimientos del mismo mecanismo de queja doble, queja por el control y queja por el descontrol. Uno de esos orígenes que podemos identificar todos se remonta al regreso de la democracia después de la noche militar. Se lo vio planear como es habitual que planee en países como la Argentina, ya que no se trata de un discurso autóctono y adquiere matices según diferentes latitudes. Fue entonces que la queja por control provino de ámbitos financieros y económicos, y que la queja por el descontrol se deslizara hacia los territorios de las libertades individuales.
Cada vez que el Estado ha tomado iniciativas para ejercer controles de diverso tipo, viene el discurso-trapo a decir que el control recorta la libertad. Pero en un mismo movimiento coreográfico, casi siempre las mismas bocas usan la doble faz del discurso-trapo para quejarse del descontrol, a veces en un mismo ámbito. Resulta revulsivo el control de precios, pero también resulta revulsivo el descontrol de la inflación.
La queja por el control está anudada a otras palabras que pueblan un universo simbólico en el que cualquier condicionamiento, limitación, vigilancia o registro resulta casi ofensivo los que parecen querer decir (no lo dicen) que el “dejar hacer” es la única vía decente de gobierno. Con los ’90 todavía explotándonos en las manos, parecen querer decir justamente eso. Les faltaría agregar que hay que dejar que los mercados se autorregulen, y habremos padecido la última catástrofe económica argentina completamente en vano, sin haber aprendido nada y convirtiéndonos en mascotas que lo mejor que saben es lamerle la mano al amo.
Pero con la misma carta en la mano, sobreviene la queja por el descontrol, que es la fase siguiente de la misma y exacta queja discursiva. Nadie controla nada, acá cada uno hace lo que quiere, así ya no se puede seguir, entran por una puerta y salen por la otra, esto no es libertad sino libertinaje, en fin, que a cada uno le venga a la cabeza la versión que fuere de esta pantomima intelectual.
El descontrol es ausencia de control. Parece una oración boba, pero es necesaria para recapitular un poco y advertir que lo controlado y lo descontrolado convivirán con nosotros, necesariamente, siempre, porque no hay régimen ni posible ni existente que deje de controlar algo o que sea capaz de controlarlo todo. Ni siquiera una dictadura puede controlarlo todo. Está a la vista, estos días, en la televisión. Ni siquiera el poder de fuego puede proponerse controlarlo todo.
Por sí mismos, control y descontrol no tienen connotaciones positivas o negativas. Puede haber controles necesarios y controles salvajes. Puede haber descontroles nefastos y puede haber otros de cuyas dosis nos nutramos para ser mejores o más libres. El motivo de reflexión de estas líneas es el discurso-trapo sobre el control y el descontrol, que viene en pack o en combo, que es cómodo para escupir ante un micrófono o para titular una noticia, y que como todos los lugares comunes que nos empapan, calla lo que de verdad quiere decir.
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