PIERRE ROSANVALLON: EL PODER DE LA CONTRA DEMOCRACIA


(extraído de Clarín.com-Revista Ñ, por GABRIEL ENTIN 24.03.2007)

EL FILÓSOFO POLÍTICO FRANCÉS AFIRMA QUE LA VIDA DEMOCRÁTICA DEPENDE CADA VEZ MENOS DE LAS ELECCIONES Y MÁS DE LA VIGILANCIA Y LA PRESIÓN CIUDADANA, QUE NACEN DE LA DESCONFIANZA EN FUNCIONARIOS E INSTITUCIONES.
Qué es la democracia es algo que se responde casi inmediatamente: la forma de gobierno donde los ciudadanos eligen periódicamente a sus representantes en elecciones libres. Pero cuando la sociedad desconfía de sus representantes y de las instituciones políticas la democracia y la política entran en crisis. Al contrario, para P. Rosanvallon, la desconfianza muestra otra cara de la democracia que las solas elecciones e instituciones representativas no permiten vislumbrar: "El buen ciudadano no es sólo quien vota de vez en cuando sino también quien vigila permanentemente, quien interpela a los poderes, los critica y los juzga". Además de la democracia electoral, dice, hay una "contra democracia", que es "la expresión directa de las expectativas y decepciones de la sociedad". Rosanvallon propone en su último libro La contre-démocratie analizar la desconfianza ciudadana como una nueva forma de comprender las transformaciones de hoy.

p—Hoy, dice, el ideal democrático es indiscutido pero en la práctica los regímenes democráticos son cada vez más criticados. ¿cómo entender entonces el concepto de democracia?

«r—No hay un modelo de democracia. Entender qué son las democracias no significa ver si un caso particular entra en las definiciones conceptuales que se dan. Desde mi punto de vista, la democracia es una historia y un campo activo de experiencias...Como horizonte regulador, la democracia es un régimen de la confianza, de la participación, de la implicación y una sociedad de la redistribución. Pero la democracia no es una forma política acabada y engendra una decepción que nace de la indeterminación del ideal democrático y de la dinámica de sus tensiones estructurantes.

«p—¿Esa decepción provoca lo que llama "contra democracia"?

«r—Hay dos momentos fundamentales de la actividad democrática. Por un lado, la vida electoral, la confrontación de programas; lo que llamamos la escena política, cuyo objetivo es instituir la confianza entre ciudadanos y gobernantes. Pero hay un segundo momento constituido por las intervenciones ciudadanas que buscan corregir los olvidos, las relajaciones y las desviaciones del poder. Los ciudadanos sancionan a los representantes no sólo en las urnas: los sondeos, la presión de los medios, las manifestaciones, los recursos ante la justicia son prácticas que se traducen en la institución de la desconfianza y que representan lo que yo llamo la contra democracia. Hay una democracia de la legitimación del poder y una de la vigilancia y del control del poder. Contra democracia no es lo opuesto a la democracia sino la democracia no institucionalizada, reactiva: la democracia de poderes indirectos diseminados en el cuerpo social. Y cada vez hay menos elección de candidatos y más descarte de personas que rechazamos porque han sido incompetentes o nos han decepcionado. En Francia es evidente que el resultado de las próximas elecciones presidenciales dependerá más de una dinámica de rechazo que de una lógica de proyecto. Los ciudadanos siempre ejercieron su desconfianza pero la rebelión y la disidencia contra los poderes se inscribían en una visión global de la sociedad. En cambio hoy la crítica no construye nada, se reduce a una expresión de descontento que no designa ninguna ambición sino una decepción que puede transformarse en demisión e inmovilismo.

«p—¿Pero la desconfianza provoca la pasividad de los ciudadanos o sirve para la vida democrática?

«r—El problema de la contra democracia es su ambivalencia. Detrás de la desconfianza hay una dimensión positiva relacionada con la vigilancia, que consiste en poner a prueba los poderes, en obligarlos a explicarse, a hacer públicos sus argumentos, a responder las demandas de la sociedad. Pero también puede degradarse en una visión puramente negativa, de sospecha permanente ... La desconfianza puede destruir la democracia si está separada de la participación política y si se da sin una organización de la legitimidad. Pero en sí misma es positiva porque la democracia no consiste sólo en la organización de poderes sino también de contra poderes. Los canales y objetivos de la expresión política se diversificaron; las grandes instituciones de representación y de negociación han disminuido sus roles mientras hay una multiplicación de otras organizaciones específicas que obtienen resultados tangibles e inmediatos. Conviene hablar de una mutación y no de un declive de la participación ciudadana: estoy en contra de los argumentos usuales de despolitización y repliegue del individuo en la esfera privada. Hay que romper con el mito del ciudadano pasivo.

«p—Si las elecciones no son suficientes para mantener una actividad democrática y la desconfianza puede llevar a un desastre, ¿cómo se puede consolidar la democracia?

«r—El verdadero problema no es la voluntad de actuar sino la falta de política y la ausencia de debates: la democracia no sólo consiste en manifestarse y votar sino también en la capacidad a la lucidez colectiva para arbitrar, decidir y construir un futuro común en el largo plazo. La actividad democrática significa escribir y vivir una historia común. La falta de organización institucional de debates, los pocos canales de expresión de la sociedad y una cierta pereza de los medios generan un riesgo de lo que llamo una democracia impolítica: una sociedad en la cual los ciudadanos son bastante activos pero ya no construyen juntos un proyecto positivo. La política de hoy se expresa en forma negativa y la responsabilidad no está sólo en los partidos sino también en los medios, intelectuales, asociaciones. Hay que estimular la producción de ideas y de análisis en la sociedad. Necesitamos una democracia de implicación y no hay recetas mágicas para ello. Hay que crearlas a través de la actividad ciudadana. Se trata de volver a una ciudadanía práctica y no sólo institucional, que debata continuamente la cuestión del interés general.

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